Article d’opinió | Eduardo Cuñat Forte
Tengo una tarea fija tras cada fin de semana, tras cada fiesta de guardar o no, que consiste en limpiar de orines el váter junto a mi domicilio en pleno Casco antiguo de Xàtiva: los muros que lindan con el convento de Sant Domènec.
Si tengo suerte son sólo orines, en ocasiones me encuentro vómitos e incluso heces humanas.
Disculpad la parte escatológica, pero es la sucia realidad. Sucia realidad con la que nos encontramos el vecindario de gran parte del núcleo antiguo, en la Plaza del Mercado y alrededores.
El comportamiento incívico de ellos y ellas, alimentado por ese ocio exclusivamente orientado a la borrachera y otros consumos, es completamente deleznable, sí. Estamos hablando de espacios urbanos donde viven personas con derecho al descanso en sus domicilios. Espacios urbanos de los que tanto se ha cacareado su protección en periodos electorales y que, misteriosa recurrencia, pasan al olvido durante cuatro años. Espacios urbanos con una extraordinaria saturación acústica, donde la venta y el consumo de estupefacientes es voz populi. Espacio urbano declarado BIC con un fantástico patrimonio histórico en progresivo deterioro por estas agresiones.
De aquellos polvos, estos lodos. Las políticas urbanísticas que propician ese tipo de saturaciones, tienen estas consecuencias, incompatibles con un nivel mínimo de calidad de vida. Ya lo declaraba hace bien poco un vecino tras la inundación (ya he mentado la bicha) de su casa: “vivir hoy en el Casco antiguo de Xàtiva es una heroicidad”.
Comercios de proximidad, talleres, mercado, etc. huyendo de los efectos de esta vorágine. Qué raro el mes en que uno o varios de estos comercios, tan característicos de nuestra cultura, no bajan la persiana para siempre.
Claro que también forma parte de nuestra manera de vivir el sentarnos en una terraza a tomar algo con los amigos, claro que se defiende la existencia de la actividad de la hostelería. La crítica va hacia este modelo consumista que fagocita la vida de nuestra ciudad. Hay otras maneras de construir nuestro pueblo.
Las responsabilidades políticas pasadas son indudables, las presentes también. Continuamos con la política de pegotes, aquí y allá. Malgastando los recursos públicos en ocurrencias, en ocasiones delirantes.
De manera coyuntural se exige una mayor y más intensa presencia de los servicios de limpieza (ojo, no hablamos de los operarios del servicio, hacen lo que pueden), se exige la instalación de urinarios, se necesitan campañas pedagógicas de concienciación ciudadana, se exige coyunturalmente una vigilancia policial disuasoria y sancionadora.
Pero lo fundamental son las exigencias estructurales. Un cambio profundo de políticas urbanísticas en el Casco Antiguo, políticas de protección de la vivienda, de creación de espacios ajardinados, de protección del pequeño comercio, de pacificación del tráfico y la saturación acústica, de inversión en servicios públicos como la eliminación del plomo y el fibrocemento de nuestra red de aguas… que devuelva la relevancia que tuvo en su momento este espacio emblemático.
No hay nada que inventar, casi todo está inventado. Copiense de cómo tantas ciudades y pueblos de nuestro país desarrollan iniciativas donde se compatibilizan perfectamente la hostelería con espacios para vivir en paz.
Tengo serias sospechas de la convicción política y la discutible capacidad de reacción de quienes, con responsabilidades de gobierno, son partícipes de ese modelo de ocio todos los fines de semana y fiestas de guardar, o no.