Toni Roderic | Presidente de la Federación de Los Verdes
Para Los Verdes, celebrar el 12 de Octubre como día de “fiesta nacional” -el Día de la Raza instituido por Alfonso XIII o el Día de la Hispanidad instituido por Franco en 1958- resulta anacrónico e incompatible con los valores expresados en la Declaración Universal de Derechos Humanos y la convivencia entre los diversos pueblos del mundo.
De hecho, aunque el 12 de Octubre, a principios del siglo XX, fue instituido en diversos países americanos también, ha sido cambiado o anulado en la mayoría de ellos. Así, en Argentina, se denomina como Día del Respeto a la Diversidad Cultural, en Bolivia, Día de la Descolonización -después de haberse llamado Día de la Liberación, de la Identidad y de la Interculturalidad-, en Chile, Día del Encuentro de Dos Mundos, en Costa Rica, Día de las Culturas, en Nicaragua, Día de la Resistencia Indígena, en Perú, Día de los Pueblos Originarios y del Diálogo Intercultural, en Venezuela, Día de la resistencia indígena y, en Cuba, no se celebra aunque sí se observa el 10 de octubre, que corresponde al día en que comenzó la Guerra de Independenciacontra España en 1868.
Celebrar esta fecha es hacer un homenaje a un proceso de ocupación político-militar que tuvo como resultado el exterminio de millones de personas, la esclavitud de otras tantas y el desplazamiento forzado de pueblos originarios y tribales de América, África y Asia, que no pueden ser motivos de fiesta. La colonización instauró estructuras económicas, políticas, sociales y culturales con características racistas, machistas, heteropatriarcales y homófobas que aún hoy se mantienen y que, en muchos aspectos, son la base de las desigualdades, los conflictos sociales, las violaciones a los derechos humanos y la vulnerabilidad de las poblaciones originarias.
Después de 524 años, la falta de una mirada crítica al proceso de colonización ha minimizado el impacto de los procesos anteriormente descritos. Con la llegada de los conquistadores se inició un exterminio que arrasó con 70 millones de pobladores de la región y quebró el desarrollo cultural de este lado del Atlántico. Igual que no se ha realizado una mínima crítica sobre la colonización de los pueblos de Africa -el Rif principalmente- o de Filipinas.
El apetito imperial y la soberbia eurocentrista sumió en la desolación la cosmovisión milenaria de la vida americana. La llegada de los peninsulares fue, para los pueblos originarios y para la historia universal, una conquista, una invasión, una masacre.
El poder en América comenzó a recorrer el camino de la aculturación, de la evangelización, la colonización, la destrucción de las economías autóctonas. Todo pasó a ser dominio de los invasores, tanto las riquezas naturales como las personas. Las riquezas se fueron a la metrópoli y los personas murieron en los socavones, en el dolor frente a tanta barbarie, en las enfermedades que llegaron de Europa, en la esclavitud.
Siglos después, se abrieron los procesos de independencia con luchas que recorrieron el continente y que fueron lideradas por los criollos, quienes expulsaron a los españoles. Más tarde, los criollos edificaron los Estados Nacionales pero dejaron afuera a los pueblos originarios, invadieron sus tierras y los persiguieron. Se imponía una concepción racista al interior de los poderes locales.
No obstante, en las márgenes de esta historia y en medio de la destrucción, de la atomización y del dolor más profundo, hubo permanentes luchas de resistencia. Y continuaron circulando los valores de las viejas culturas, que se fueron transmitiendo de abuelos a nietos en la más absoluta intimidad y clandestinidad. “Ser” fue la aspiración que las distintas culturas originarias buscaron en forma subterránea. Hoy, mantienen vivo su origen y su cultura entre 50 y 60 millones de habitantes de Latinoamérica según cifras de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Bolivia, Perú, Guatemala y Ecuador son los países donde la población es mayoritariamente indígena, luego sigue México y Honduras y el conjunto del subcontinente, donde el mestizaje testimonia las huellas originarias.
Distintos historiadores coinciden en que, el 12 de octubre, no hay nada que celebrar, que no se puede celebrar la conquista y destrucción de pueblos. Coinciden en que el festejo como “acto civilizatorio” -que es la idea que rigió para justificar su conmemoración- niega el valor de la vida humana, desconoce a los pueblos originarios y a los avances en las investigaciones de las ciencias sociales, que revelan “la otra historia”.
Los pueblos originarios contemporáneos fueron los primeros en oponerse al festejo del 12 de octubre y organizaron un contrafestejo el día anterior como el último momento de libertad. Como parte del contrafestejo, los reclamos por sus derechos vienen de lejos -la tierra, los recursos naturales, la identidad, la lengua- y abarcan todo el territorio latinoamericano. La expropiación de los territorios habitados por estos pueblos ha conducido a una denostación y criminalización de sus habitantes originarios al ser presentados como un lastre para el desarrollo e, incluso, como terroristas, cuando se han opuesto a ser expulsados de su tierras, justificando la represión y el asesinato. Como hemos visto recientemente en Honduras, en Brasil, en Chile, en El Salvador, en México, en Guatemala, en los EEUU con las luchas de los sioux en Dakota.
Los Verdes, pues, no podemos celebrar el 12 de Octubre dado que no hay nada de lo que nos podamos sentir orgullosos y consideramos que debería ser eliminado como “fiesta nacional”. Como nos enseñó Petra Kelly, no somos excluyentes y tenemos una relación tierna con los animales y las plantas, con la naturaleza, con las ideas, con el arte, con la lengua, con la Tierra, con los derechos de todos sus pueblos. Y defendemos inexcusablemente la solidaridad, paciencia, cooperación, ternura y tolerancia. Pensamos que Felipe VI, como jefe del Estado, debería reconocer y pedir perdón a nuestros pueblos hermanos por el mal hecho por la conquista. En todo caso, Los Verdes, modestamente, pedimos perdón.